No sé si por haber nacido en Otoño le tengo un cariño especial a dicha Estación. El crujido de las hojas al pisar el Retiro, las preguntas sin escuchar respuesta, como si fuera un lugar de reunión de matrimonios hablándose desde habitaciones distintas. Los niños se saturan con los diferentes colores y huyen de sus progenitores para inmunizarse vestidos de domingo. También es un cementerio de aquellos que lloran amargamente por el sábado anterior, porque no supieron recogerse a tiempo y se olvidaron de la regla de Madrid, que es universalmente conocida: Nada bueno pasa tras la madrugada. Los turistas devoran churros -que han sido extraídos de una inmersión en aceite reciclado- como si no hubieran comido en su vida. los locales compran libros de segunda, tercera y cuarta mano que jamás leerán, que terminarán apilados en cualquier estantería y que años después volverán al mismo lugar una vez no leídos. Lloré mucho con Patria, pero ya no sé a quien se lo regalé, porque nunca presto libros como no presto novias, tal y como me enseñó mi padre. Hay alguien tan, pero tan cursi que se ha traído un conjunto para hacer picnic -cubiertos, platos y mantel a juego- pensando que resultaría romántico. Madrid no tolera dichos comportamientos y la vajilla será atacada por un ejército de hormigas que no perdonan tal afrenta a sus dominios. El metro que lleva al parque es pequeño y antiguo, casi parece de juguete, pero yo echo de menos los vagones con los asientos de madera, cuando Madrid era un pueblo grande formado por personas de pueblos pequeños y nos asombrábamos al ver a alguien de otra provincia. El Madrid de los cuernos con minifaldas en Las Ventas, donde probablemente ví por primera vez el sexo de una mujer, deseosa de que terminara la faena en el ruedo para empezar la suya. Ahora las invitan a un café, antes las ponían un piso en la calle Alcalá, que era donde terminaba Madrid, todo lo demás era campo hasta llegar a Aragón, como se llamaba la carretera. Se han perdido las buenas costumbres: Eran doncellas que acababan siendo putas pero no por eso dejaban de ser doncellas, simplemente limpiaban sables distintos según el día de la semana. La emetreinta devorada por el Calderón mientras los aficionados cantaban los goles. Desde el mismo estadio podías ver el atasco al finalizar el partido. Viejos recuerdos que asombran a propios y extraños.
Naciste en otoño pero eres primavera.... Es muy curioso como venerás Madrid y sus códigos no escritos, tan ajenos a quienes somos de fuera, de provincias, pero no nos sentimos extraños en sus calles, si acaso solo algo extrañados. Leerte, en esta ocasión es mirar, por una ventana, un lugar cercano pero ajeno, donde uno sabe que siempre estará de paso.
ResponderEliminarDe pequeño me preocupaba el futuro, ahora recuerdo el pasado.
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