domingo, 13 de julio de 2025

Kilometraje impuesto

 Majadahonda es un pueblo. No lo digo de manera peyorativa: No tiene suficientes almas para considerarse una ciudad. Los majariegos de toda la vida, que gracias a Radio Televisión Española y la Universidad Complutense pasaron de ser pastores a clase alta décadas después así lo confirman orgullosos, y la prueba quizás más visible es el cuartel de los guardias, sin reformar probablemente desde que se construyó en 1844, rodeado por edificios de ladrillos de alta gama. Allí entró Dani con su abogado para denunciar a su mujer, algo muy normal por estos lares, tanto como rescatar gatos de las copas de los árboles y su correspondiente artículo en el periódico local. Había aparecido el día anterior en mi casa, con la tristeza y el drama que sólo un argentino puede infundir a la vida, explicando que ella le había robado y destruido los pasaportes, para después insultarlo e humillarlo delante de todo el vecindario. No contenta con eso, había mandado cientos de mensajes a todos los contactos de su móvil, incluyendo su contable en Argentina, aquel que le dijo que no podría volver si no pagaba los impuestos más altos del mundo. Huyó en su coche de los domingos, condujo durante una hora sin rumbo y terminó llamando a mi puerta. Despojado de sus documentos y el móvil poco podía hacer. A mi me preocupaba más que superara el kilómetraje impuesto a aquella pieza de museo que había aparcado en la calle como si fuera un utilitario cualquiera. Me dijo que fue hasta Segovia y volvió. Bastante previsible, tanto como las infidelidades a su mujer. Puse los clásicos de Julio Iglesias mientras me contaba como sucedió todo y de la misma manera que al día siguiente la sargento escuchó con seriedad. A mi me costaba aguantarme la risa con ciertos comentarios, ella debía estar acostumbrada. La infidelidad entre las clases altas no motiva dolor por sentimientos, sino pérdida de calidad de vida. El que dirán, que te señalen por la calle, miedo a que vayas a la farmacia del pueblo y te receten calcio para los cuernos. Se sienten desnudos por la calle, la ropa no tapa sus vergüenzas, las gafas de sol no protegen del Astro Rey, los sépalos no protegen a la flor. "¿Está con vos?" me preguntó ella por teléfono "Sí, tranquila, está conmigo" respondí, mientras comíamos algo sencillo. Estuve a punto de decir que su marido había pedido rabo de toro, pero simplemente la dejé hablar, había improperios nuevos hacia su marido desconocidos para mí, como hijo de mil camiones de putas. Yo soy muy visual y costaba imaginarlo. Estoy más acostumbrado al tontos de carritos o hijo de la gran puta con balcones a la calle. Pasamos a los cafés y ella seguía hablando, aunque dejé de prestarle atención al cuarto de hora. Primero porque mi nivel de atención a frases emocionales concatenadas es bastante reducido. Segundo, porque el café era de gran calidad y para mí un momento de paz. 

2 comentarios:

  1. Ja ja ja..... La señora con sus alardes creativos y tú degustando el café. Comparto esa capacidad de visualizar gráficamente los apelativos. Maestro, te haces de esperar en tus escritos pero nunca defraudas.

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