Mis tíos me invitaron a casa de mi madre, que de alguna manera, es la mía. Había estado por última vez para dejar cosas hacía varios años, que es lo que era aquella casa: Un almacén de recuerdos en medio de Castilla. Pensé que mi madre dado que había decidido jubilarse finalmente había acondicionado la casa, pero o bien no le dió tiempo o verdaderamente amaba aquel desorden: Desde mesas de comedor en la habitación de invitados que antes había sido un garaje, hasta una mesa-estatua de una niña leyendo un libro encima de un sofá caro y gigante. Rescaté básicamente fotos y libros míos, elementos pesados que por mis continuos viajes resultan imposible de llevar conmigo. Premios recibidos en los trabajos, cuadros dibujados por mi padre. Mi tío -más alto y grande que yo, abuelo y peinando canas- se asombró al no percatarme de la urna con los restos de mi madre -colocada encima de la mesa central del salón- pese a pasar varias veces por delante de ella bajando libros de la estantería. Los libros me han dado muchas más satisfacciones que mi madre, de cuya memoria sigo buscando algún recuerdo feliz, y así se lo comuniqué. Por paz mental escuché sus anécdotas con interés, a ver si el tenía algún recuerdo que le hiciera esbozar una sonrisa. Mi madre se fue de casa de mis abuelos cuando mi tío tenía dos años de edad, así que no había caso, salvo las típicas discusiones familiares. Mi tía -de mi misma edad- lo solucionó contando anécdotas de mi madre con famosos de segunda categoría de Madrid que decía eran sus amigos, esos que aparecían en las fotos de la pared con ella y que ninguno conocíamos, salvo por sus aparición en programas de televisión. Intenté buscar un recuerdo positivo en algún espectáculo de los tres sudamericanos al que me llevó mi madre en mi adolescencia, ritmos antiguos en locales poco iluminados que producían somnolencia, aunque continuo asombrado que Johnny, el vocalista siga enamorado de Alma, la cantante sin haberla visto nunca en su vida. Misterios del amor y de las amistades de mi madre. Nos fuimos prometiendo continuar la búsqueda del tesoro otro día entre risas provocadas como mecanismo de defensa de los tímidos que ahuyentan los fantasmas.
Relatos de ficción "Captar en lo que se ha escrito es síntoma de lo que se ha callado" (Nietzsche)
martes, 26 de julio de 2022
Un almacén de recuerdos en medio de Castilla
Mis tíos me invitaron a casa de mi madre, que de alguna manera, es la mía. Había estado por última vez para dejar cosas hacía varios años, que es lo que era aquella casa: Un almacén de recuerdos en medio de Castilla. Pensé que mi madre dado que había decidido jubilarse finalmente había acondicionado la casa, pero o bien no le dió tiempo o verdaderamente amaba aquel desorden: Desde mesas de comedor en la habitación de invitados que antes había sido un garaje, hasta una mesa-estatua de una niña leyendo un libro encima de un sofá caro y gigante. Rescaté básicamente fotos y libros míos, elementos pesados que por mis continuos viajes resultan imposible de llevar conmigo. Premios recibidos en los trabajos, cuadros dibujados por mi padre. Mi tío -más alto y grande que yo, abuelo y peinando canas- se asombró al no percatarme de la urna con los restos de mi madre -colocada encima de la mesa central del salón- pese a pasar varias veces por delante de ella bajando libros de la estantería. Los libros me han dado muchas más satisfacciones que mi madre, de cuya memoria sigo buscando algún recuerdo feliz, y así se lo comuniqué. Por paz mental escuché sus anécdotas con interés, a ver si el tenía algún recuerdo que le hiciera esbozar una sonrisa. Mi madre se fue de casa de mis abuelos cuando mi tío tenía dos años de edad, así que no había caso, salvo las típicas discusiones familiares. Mi tía -de mi misma edad- lo solucionó contando anécdotas de mi madre con famosos de segunda categoría de Madrid que decía eran sus amigos, esos que aparecían en las fotos de la pared con ella y que ninguno conocíamos, salvo por sus aparición en programas de televisión. Intenté buscar un recuerdo positivo en algún espectáculo de los tres sudamericanos al que me llevó mi madre en mi adolescencia, ritmos antiguos en locales poco iluminados que producían somnolencia, aunque continuo asombrado que Johnny, el vocalista siga enamorado de Alma, la cantante sin haberla visto nunca en su vida. Misterios del amor y de las amistades de mi madre. Nos fuimos prometiendo continuar la búsqueda del tesoro otro día entre risas provocadas como mecanismo de defensa de los tímidos que ahuyentan los fantasmas.
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Deshacer la casa que le dicen, hurgar con ojos de perista en lo que poco antes fue hogar e intimidad de una persona, para descubrir (reafirmar más bien) que lo importante son los recuerdos que dejamos en la memoria de los seres queridos y qué pena que no los haya o no los haya buenos. Un abrazo y sigue buscando el tesoro.
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